Primera consulta gratuita 644 923 900
Nos sucede a todos que, en ocasiones, nos sentimos molestos/as o dolidos/as por los comportamientos de otras personas. Incluso cuando no es de manera intencional, los comentarios o actos de otros pueden resultarnos hirientes y desencadenar una reacción que no sabemos cómo gestionar.
Es por eso que saber decir que “NO” es algo tan importante a la par que complicado. Una pequeña palabra que implica una ola de emociones a veces difíciles de enfrentar. Este pequeño acto de autocuidado es lo que en psicología llamamos “poner límites”.
Podemos entender mejor que es un límite con un símil: la metáfora de la casa.
Imagínate que construimos una casa y decidimos que no tenga ni techo ni paredes. No tendría mucho sentido, ¿verdad? Una casa sin estas características no sirve de mucho: cuando llueve toda la casa va a mojarse, si hace demasiado calor no tendríamos sombra, cuando hace viento tendríamos frio, un animal salvaje podría entrar, podrían robarnos en cualquier momento… No parece muy lógico.
Por otro lado, si decidimos construir una casa en forma de una torre altísima, sin ninguna escalera ni forma de llegar arriba, sin una sola puerta o ventana que conecte con el exterior, tampoco tendríamos una casa muy útil, porque nadie podría entrar ni salir. En conclusión, las casas tienen sentido cuando tienen techo y paredes fijas para protegernos, así como puertas y ventanas que nos permitan conectar con el exterior. En esta metáfora nosotros/as somos la casa.
No tiene sentido que nos aislemos de todo el mundo, así como tampoco tiene sentido que no podamos protegernos de lo que viene de fuera.
Los limites son la herramienta que tenemos para asegurarnos una zona de confort, un espacio seguro a nuestro alrededor donde sabemos que vamos a estar bien. Aunque así explicado parezca algo muy sencillo de hacer, aprender a encontrar y a marcar nuestros límites es algo muy complejo.
Ojalá el simple hecho de verbalizar algo que nos duele o molesta fuese suficiente para que no ocurriese otra vez, pero por desgracia no es así, en ocasiones será necesario insistir, defender o remarcar nuestros límites.
Y aún con todo, habrá muchas ocasiones en las que la conducta del otro no cambie por mucho que lo intentemos. En estos casos, poner un límite consistirá, no en convencerle de que actúe diferente, sino en tener claro qué pondremos en marcha cuando se incumplan nuestros términos.
Los limites no están pensados para cambiar a los demás, son aquello que hacemos por y para nosotros mismos; para cuidarnos, priorizarnos y protegernos.
Esta acción puede tener muchas formas: alejarnos de un entorno hostil, dar por terminada una conversación en la que no nos tratan con respeto, restringir el acceso a algo, no acceder a lo que se nos pide, etc.
Existen cinco tipos de límites, cada uno relacionado con un aspecto de nosotros mismos y con capacidad de generar diferentes impactos en nuestro bienestar.
1.- Límites físicos: contacto y espacio personal.
Este límite hace referencia al cuerpo, a tu espacio personal, tus pertenencias y a lo cómodo/a que estas con el contacto. Parece algo muy obvio, pero dejar que otros invadan tu espacio sin quererlo puede llegar a desgastarte mucho.
Un ejemplo de sobrepasar este límite es que nos revisen el móvil sin que hayamos dado permiso.
2.- Límites emocionales: tus propias emociones vs las emociones de otros.
Este límite protege tu bienestar emocional. Se refiere a cuanto te haces cargo de las emociones de los demás, en muchas ocasiones olvidando las tuyas propias en el proceso. Sin este límite terminaríamos haciéndonos cargo de los problemas de los demás como si fuesen nuestros, asumiendo la carga y el malestar que esto conlleva sin tener ningún control real sobre la situación.
Por ejemplo, cuando un amigo ha sido despedido de forma improcedente y llevamos semanas escuchándole hablar sobre lo enfadado que esta, sin entender que habrá días que nuestros propios problemas también importen y que no tenemos la capacidad de estar para todo el mundo siempre.
3.- Límites temporales: gestionar compromisos y tareas.
Este límite nos habla sobre el tiempo real que tenemos. No somos maquinas, no podemos realizar mil tareas a la vez o en un mismo día, por ello es imprescindible protegernos sabiendo decir que no a tareas que no son importantes o que no son de nuestra competencia.
Como cuando, por ejemplo, un compañero de trabajo nos dice que le realicemos una tarea porque “a ti se te da mejor”, asumiendo una carga que no es nuestra y que nos dificulta terminar las que si son de nuestra competencia.
4.- Límites sociales: relaciones sanas vs dañinas.
Estos límites ayudan a clasificar qué interacciones sociales son adecuadas y cuáles no. Sirven tanto para parejas, amigos, familia o incluso compañeros de trabajo o conocidos. Porque no, aunque sea con buena intención no toda conducta es aceptable. Parar lo que nos daña y aceptar lo que nos gusta, nos ayuda a construir relaciones sanas.
Por ejemplo, si un familiar nos hace comentarios sobre nuestro físico como “has engordado”, por mucho que no lo hagan para dañarnos, si nos duele, no son comentarios aceptables.
5.- Límites cognitivos: la importancia de tus creencias y valores.
Esto se refiere al hecho de poder tener creencias y opiniones que han de ser aceptadas sin intentar presionarnos u obligarnos a cambiarlas. Si este límite no está bien marcado, podemos dudar sobre si pensamos de forma correcta y acabar cambiando nuestras opiniones por complacer a los demás.
Esto se vería en el caso de que, por ejemplo, una pareja tenga muchas ganas de casarse por lo civil, pero dude de si hacerlo porque su entorno es religioso y aprobaría más una boda por la iglesia.
Veamos un ejemplo más detallado para ver todo esto más claro:
Nuestra protagonista, Eva, lleva un tiempo trabajando con su psicóloga como establecer límites, así que hoy va a decir que “no” a todo lo que le hace daño como ejercicio de autocuidado.
Cuando Eva se levanta por la mañana lo primero que ve es su armario totalmente desordenado, su hermana ha rebuscado de nuevo entre su ropa para elegir algo que ponerse sin decírselo. Eva va donde su hermana y en un tono tranquilo le dice que le molesta que rebusque en sus cosas sin permiso y que, si en un futuro necesita algo, se lo pida (límites físicos).
Su hermana se sorprende y le dice que no es para tanto, que “siempre monta un drama de todo” y empieza a discutir. Esto a Eva le duele mucho, su hermana tiene tendencia a menospreciar lo que ella dice. Eva sabe que no la va a convencer; tiene un día duro por delante y no está dispuesta a empezarlo mal, por lo que repite sus términos una vez más y sale de casa sin enzarzarse en la discusión. Si su hermana vuelve a coger algo sin permiso y hace caso omiso de lo que han hablado, cerrará su armario con llave para que no pueda volver a hacerlo.
Después, Eva llega a la oficina. Es comercial y hoy le dan una lista de muchísimas visitas muy separadas e imposibles de realizar en el plazo de tiempo marcado. Eva se siente totalmente abrumada, no va a llegar a todo. Habla con su jefa para decirle que necesita más tiempo o menos visitas (límites temporales).
Su jefa no se muestra muy a favor de esta petición, pero Eva se mantiene firme y se niega a recular ya que sabe que es demasiado trabajo. Al final, consigue que le dividan las visitas en dos días, de esta forma, Eva puede realizar su trabajo de forma eficiente y sin agobios.
Al final de la jornada, y después de todo un día trabajando, Eva está agotada y solo quiere irse a casa a descansar. En ese momento, su amiga María le escribe diciéndole que ha conocido a alguien y que si quedan esa misma tarde para contarle como ha conocido a esta persona y como ha sido la cita que han tenido.
Eva se alegra muchísimo por María, pero hoy ha sido un día duro para ella y no se ve con fuerzas para esa charla. Por lo tanto, en vez de forzarse a algo que no quiere, le dice a María que tiene muchísimas ganas de saber sobre su cita, pero que hoy está demasiado cansada (limites emocionales). María está de acuerdo, así que deciden aplazarlo hasta el sábado.
Así, Eva se va a la cama sintiéndose cansada pero satisfecha: un día que podría haber sido horrible no lo ha sido por saber decir que “no” y saber priorizarse.
En conclusión, podríamos decir que los limites son la forma que tenemos de proteger quiénes somos y lo que necesitamos, de lo que otros nos exigen. Aunque nos hayan hecho sentir egoístas o desconsiderados/as, son un elemento básico para asegurarnos nuestro bienestar personal y para poder tener relaciones sanas con nuestro entorno.
Sin ellos, viviríamos en una situación de estrés constante, donde todo lo que necesitamos está en un segundo plano y nuestras prioridades no son importantes. Aunque establecer límites es muy difícil al principio, es una habilidad como otra cualquiera: cuanto más se practica, más fácil es.
Debemos entender que la única vía para el bienestar está en escucharnos: ver qué necesitamos y cómo conseguirlo. Solo así seremos felices.