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Todas las familias discuten de vez en cuando, pero cuando los conflictos entre los progenitores se vuelven frecuentes o intensos, no solo generan tensión, también influyen en cómo los niños/as aprenden a manejar las emociones y las relaciones.
La manera en que los padres y las madres discuten y cómo responden a las emociones de sus hijos/as, puede dejar una huella duradera en su bienestar emocional y en sus habilidades sociales.
Los niños/as siempre observan y aprenden de sus figuras de referencia. Cuando presencian una discusión, no solo escuchan las palabras; perciben el tono, los gestos y la manera en que se resuelven o no los conflictos.
Si las peleas terminan con gritos, silencios o con uno de los progenitores marchándose, los/as niños/as pueden aprender que las emociones como el enfado, la frustración o la tristeza son peligrosas, o que es mejor evitarlas. En cambio, si los padres/madres logran calmarse y hablar de lo ocurrido, los hijos/as aprenden que los problemas se pueden resolver y que las emociones, independientemente de la carga que se les asigne (positivas vs. negativas), se pueden manejar.
Las investigaciones muestran que los conflictos frecuentes o no resueltos entre padres y madres pueden dificultar que los niños/as comprendan y regulen sus emociones (Lee et al., 2018; Morris et al., 2007; Van der Pol et al., 2016) En menores cuyo modelo familiar se basa en la hostilidad y tensiones constantes sin revolver, es más probable que se desarrolle sintomatología de ansiedad y depresión, que tengan dificultades para relacionarse o para concentrarse, llegando a mantenerse o incrementarse en la vida adulta.
La socialización emocional es el proceso por el cual los padres y madres ayudan a sus hijos/as a entender y gestionar los sentimientos. Esto ocurre de muchas formas: hablando sobre emociones, reaccionando ante las de los otros o mostrando cómo gestionan las propias.
Una socialización emocional positiva implica escuchar, validar y ayudar a los niños/as a poner nombre a lo que sienten. Mensajes como: “Veo que estás enfadado, ¿quieres hablar de lo que ha pasado?”.
Conflictos constructivos y apoyo emocional. Ejemplo:
Marta y Jorge también discuten a veces, pero se esfuerzan por resolver sus diferencias con calma. Le explican a su hijo Carlos que es normal tener opiniones distintas y le enseñan cómo pedir perdón y reconciliarse. Cuando Carlos se enfada o se entristece, sus padres le escuchan y le ayudan a poner palabras a lo que siente. Así, Carlos aprende que está bien sentirse mal y que los problemas se pueden resolver sin gritar ni culpar.
Una socialización emocional poco útil ocurre cuando los padres minimizan, castigan o ignoran las emociones. Frases como “No llores, no es para tanto” o “Vete a tu habitación hasta que se te pase”, transmiten ese mensaje.
El efecto desbordamiento. Ejemplo:
Sofía tiene ocho años. Sus padres, Ana y Miguel, están atravesando una separación complicada. Discutan a menudo delante de ella. Después de una pelea, Ana se da cuenta de que le grita a Sofía por cosas pequeñas, como no hacer los deberes. Se siente agotada y sin fuerzas para consolarla cuando llora. Con el tiempo, Sofía se vuelve más callada y empieza a tener problemas para dormir.
No es el conflicto en sí lo que daña a los niños/as, sino cómo se maneja y cómo se responde a sus emociones después.
Cuando los cuidadores están inmersos/as en sus propios conflictos, es más fácil que respondan de manera poco empática o brusca. El estrés y la frustración de las discusiones pueden extenderse a la relación con los hijos/as, haciendo más difícil mantener la calma y la comprensión.

La salud emocional de los padres y las madres influye mucho en cómo afrontan los conflictos y cómo acompañan a sus hijos/as. Cuando se está lidiando con ansiedad, depresión o problemas de salud, se puede tener menos paciencia y recursos para atender las emociones de los niños/as.
Por ejemplo, una madre estresada por el trabajo o un padre agotado por problemas de salud, pueden tener menos energía para escuchar o calmar a su hijo/a. Esto puede crear un círculo en el que tanto el adulto como el menor se sienten incomprendidos y solos.
Cuidar de tu bienestar no es egoísmo, también es una forma de proteger a tus hijos/as. Busca apoyo si te sientes sobrepasado/a.
A terapia, muchas familias llegan sintiendo que están atrapadas en bucles de conflicto y desconexión emocional. Los niños/as pueden mostrarse inquietos/as, tristes o distantes. Los padres y madres, a su vez, se sienten culpables, frustrados/as o sin esperanza.
En estas ocasiones, una terapeuta puede ayudaros a:
• Identificar patrones: ver cómo los conflictos y las reacciones emocionales influyen en los hijos/as
• Aumentar la conciencia emocional: aprender a reconocer las emociones y cómo influyen en la forma de responder.
• Practicar nuevas formas de comunicación y de relación: escuchar activamente, validar emociones y resolver desacuerdos de forma más saludable.
• Fortalecer la coparentalidad: especialmente tras una separación, aunque no únicamente, es importante aprender a colaborar y ofrecer un apoyo emocional coherente a los hijos/as.
La terapia no busca culpables, sino dar herramientas para romper ciclos negativos y construir formas más sanas de relacionarse.
• Cuidar cómo se manejan los desacuerdos: los niños/as aprenden mucho cuando ven que los adultos/as discuten con respeto y buscan soluciones, incluso si no siempre están de acuerdo.
• Dar espacio a las emociones: que los niños/as sepan que está bien sentirse tristes, enfadados/as, frustrados/as, o asustados/as. Escucharlos sin juzgar y ayúdales a poner nombre a lo que sienten.
• Cuidarse a uno mismo/a: gestionar el propio estrés y bienestar emocional, permite acompañar mejor a los hijos/as.
• Pedir ayuda cuando haga falta: la terapia familiar o individual puede ser una gran herramienta para mejorar la comunicación y fortalecer los vínculos.
La manera en que los padres y madres manejan los conflictos y enseñan sobre las emociones, influye en la vida de los hijos/as mucho más allá de la infancia. Los niños/as que crecen en familias emocionalmente conscientes y afectuosas suelen ser más resilientes, establecen relaciones más sanas y afrontan mejor las dificultades.
Pero incluso en familias donde ha habido conflictos intensos, el cambio es posible. Con apoyo, conciencia y nuevas herramientas, se puede transformar el clima emocional del hogar y ofrecer a los niños/as los recursos que necesitan para crecer sanos/as y seguros/as.
En definitiva, todas las familias enfrentan desafíos, pero lo que marca la diferencia es cómo los afrontamos. Comprender la relación entre los conflictos parentales y la educación emocional y buscar ayuda cuando es necesario, permite crear un hogar donde las emociones se escuchen, se respeten y se comprendan. Esa es la base de la resiliencia, la conexión y el bienestar duradero para todos/as.
Referencias
Lee, Y. E., & Brophy-Herb, H. E. (2018). Dyadic relations between interparental conflict and parental emotion socialization. Journal of Family Issues, 39(13), 3564-3585. https://doi.org/10.1177/0192513X18783803
Morris, A. S., Silk, J. S., Steinberg, L., Meyers, S. S., & Robinson, L. R. (2007). The role of the family context in the development of emotion regulation. Social Development, 16(2), 361-388. https://doi.org/10.1111/j.1467-9507.2007.00389.x
Van der Pol, L. D., Groeneveld, M. G., Endendijk, J. J., van Berkel, S. R., Hallers-Haalboom, E. T., Bakermans-Kranenburg, M. J., & Mesman, J. (2016). Associations Between Fathers’ and Mothers’ Psychopathology Symptoms, Parental Emotion Socialization, and Preschoolers’ Social-Emotional Development. Journal of Child and Family Studies, 25, 3367–3380. https://doi.org/10.1007/s10826-016-0490-x